A finales del siglo XIX, la mayoría de los equipos de refrigeración estaban basados en el principio de absorción. Esta tecnología no necesitaba energía eléctrica, su propulsión era mediante calor, generalmente generado en una caldera de vapor o mediante un quemador.

Más tarde en los años 50, debido a los bajos precios de la energía eléctrica, aparecen en el mercado los compresores herméticos, relegando la tecnología de absorción a un segundo plano. Se sigue utilizando en unas pocas áreas, donde su alta fiabilidad y la capacidad de enfriar a temperaturas extremadamente bajas, resulta una ventaja frente a otras tecnologías. 

A finales del siglo pasado, después de la primera crisis energética, la tecnología de absorción vuelve a llamar la atención, por su posibilidad de utilizar calores residuales como fuente de propulsión, reduciendo así el consumo de energía primaria.

Hoy en día, los procesos termodinámicos de absorción, combinados con técnicas modernas de control, dan como resultado plantas de alta eficiencia. Es la forma de refrigeración más respetuosa con el medio ambiente y que ahorra energía mediante el uso del amoniaco, un refrigerante natural, y el  calor residual como propulsor.